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Revista Servicio 269

Editorial

Esperanzas sobre la mesa

Estamos viviendo una hermosa vigilia en nuestra Patria a la espera de la canonización del Beato Padre Alberto Hurtado. El gozo de la Iglesia en Chile se unirá al gozo de la Iglesia Universal cuando Su Santidad, el Papa Benedicto XVI, lo declare santo en la ciudad de Roma, el Domingo 23 de octubre de 2005.

El Padre Hurtado, en la mejor tradición apostólica y de los santos, exhortaba a no quedarnos en las palabras. “El mundo está cansado de discursos”, repetía. “Quiere hechos, quiere obras, quiere ver a los cristianos que encarnan como Cristo la verdad en su vida”. Lo atrayente de este sacerdote santo es que fue poniendo en práctica su creencia en Cristo Jesús. Y si pudiéramos darnos licencia de integrar la fe que lo motivaba, es precisamente su convicción de que “el pobre es Cristo”: “cada pobre, cada vagabundo, cada mendigo, es Cristo en persona que carga su cruz”, “y como a Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos tratarlo como a hermano, como ser humano (…)”.

Cuando pensamos en el Chile del Bicentenario, y cuando repasamos los “proyectos” de Chile que se debaten en el escenario electoral, el Padre Hurtado nos interpela desde su cercanía al pobre, que es mucho más que categoría sociológica. Cuando la sociedad en que estamos exalta la riqueza como un triunfo, el prestigio como ideal y el poder como la principal ambición, el Padre Alberto nos recuerda la misión evangélica de servir a los pobres, servicio del que nadie está excluido, salvo que queramos egoístamente autoexcluirnos. La Iglesia Santa, es el lugar privilegiado para servir a los más desheredados de la historia.

El Beato Alberto Hurtado tuvo un secreto que inspiró y motivó su vida: su amor a Jesucristo y a la Iglesia. Hoy su testimonio nos llama a ser los hombres y mujeres de este tiempo; asumir la historia y la realidad concreta de nuestros semejantes, porque lo que no es asumido no es redimido.

El encuentro con Cristo nos devuelve la esperanza. Esperanza que Cristo nos regala al ver a los cientos de miles de jóvenes, chilenos muchos de ellos, en Colonia proclamando su amor al Señor, en la XXª Jornada Mundial de la Juventud, animados por el Papa. Esperanza que vemos puesta sobre las mesas en torno a las cuales se dialoga sobre el Chile del mañana. Esperanza que nos dan las muchas instituciones de solidaridad y de apoyo a los niños abandonados y explotados. Esperanza de ver a tanto sacerdote, religiosa y laicos anunciando el Evangelio y comprometidos con los más pobres. Esperanza por ver que el Padre Hurtado une a los chilenos. La esperanza nos ha sido devuelta. Es un momento de gracia para dar un paso en la madurez de la fe, como los discípulos de Emaús.

Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar y Vicario General de Santiago
Secretario General de la CECH