Volver
Revista Servicio 266

Editorial

Jóvenes en Misión
“¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!”

La misión es salir del encierro, de la comodidad, de una religión privada y del miedo paralizante para hacer partícipes a los demás de la novedad del Evangelio de Jesucristo. Es un deber y un imperativo. Lo dice San Pablo, el gran misionero y apóstol: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Corintios 9, 16).

Este “¡ay de mi!”, pronunciado por San Pablo, es elocuente. Es una lamentación existencial que precede a la muerte, con su carga de dolor y agonía. En este caso, no testimoniar el Evangelio de Jesucristo es una experiencia parecida a la muerte en vida.

Anunciar el Evangelio es un mandato y no una mero consejo de Jesucristo resucitado: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Marcos 16, 15). Una creación que -como afirma San Pablo- “gime con dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios”. ¿Es posible permanecer indiferentes e indolentes ante semejante invitación y misión?

Estas afirmaciones del Evangelio y del Nuevo Testamento son el marco adecuado para dar inicio en la Pascua de Resurrección al período central de la Misión Juvenil 2005. Un desafío que los obispos de Chile han propuesto a los jóvenes para que salgan al encuentro de las personas y anuncien a Jesucristo y su Evangelio.

Confiamos en esta tarea misionera de los jóvenes. Ellos nos regalan a diario el testimonio de una fe alegre y relevante. Somos testigos de sus manifestaciones de religiosidad, de su grandeza solidaria, de sus alegrías y esperanzas. Pero también de sus dolencias existenciales. Es un deber comprometernos más y más con ellos, de modo que su misión permanente sea fruto del “encuentro con Jesucristo vivo” en la familiaridad con la palabra de Dios, en la liturgia y sacramentos de la Iglesia, en la vivencia de la Eucaristía, en los encuentros personales y comunitarios en la Iglesia, en la amistad con la Virgen María y en el servicio a toda persona humana, especialmente de los pobres (cfr. Juan Pablo II, Ecclesia in America, 8-12).

Son múltiples las instancias eclesiales, de encuentros espirituales y de voluntariado social y cultural en que los jóvenes expresan sus deseos de ser testigos del Señor y protagonistas de la historia. Eso nos estimula permanentemente a acompañarlos y animarlos como se merecen, desde nuestras parroquias y comunidades. Desde Pascua a Pentecostés las niñas y los muchachos saldrán a alegrar nuestras calles y hogares. Será un servicio al Evangelio y a la patria.

Confiamos a la Virgen María que esta misión juvenil, desde la experiencia vivificante del encuentro con Jesucristo vivo en la Iglesia, signifique que muchas personas encuentren, a su vez, al Señor que nos llama a todos una vida plena.

Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar y Vicario General de Santiago
Secretario General de la CECH