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Revista Servicio 265

Editorial

Humanizar la globalización

Los últimos días del año 2004 y los primeros del nuevo año estuvieron marcados por episodios de dolor: el maremoto en Asia, con la dramática muerte de una joven chilena, recientemente casada, maravillosa persona y creyente; el incendio en Buenos Aires con sus secuelas de muerte. En nuestro país, el accidente que costó la vida al joven hijo del alcalde de Valparaíso; el choque en la autopista que enlutó a decenas de familias y tantas otras tragedias familiares que marcaron las fiestas de fin de año y el inicio del nuevo año. Nada de estas dramáticas situaciones humanas nos ha dejado indiferentes.

Es así como la globalización, a través de su expresión más cercana a todos -la red global de Internet- nos permite enterarnos en cuestión de segundos de calamidades y de dramas humanos tan severos y dolorosos como éstos que hemos presenciado recientemente. No hay duda: lo queramos o no, estamos conectados, y las políticas, los mercados y las comunicaciones de todos dialogan y relacionan en un mundo global.

La Iglesia no es ajena a esta realidad. Al Santo Padre le preocupa que, así como se globaliza la economía, se globalice la solidaridad (cfr. Ecclesia in America, 55). Que así como la técnica favorece el intercambio de información, también pueda ayudar al diálogo y al encuentro entre personas y culturas. Urge humanizar la globalización porque no solo en la geografía encontramos fronteras que nos separan. Interesa poder armonizar los valiosos acuerdos entre naciones y la integración con el respeto a las identidades culturales. La globalización nos ayuda a darnos cuenta de los dramas y dolores humanos.

El cristiano debe pasar de ser mero espectador de la realidad a un constructor y artesano de la solidaridad. No podemos ni debemos jamás acostumbrarnos a los dramas de la humanidad; debemos, por el contrario, ser solidarios y dadores de sentido en medio de ellos. La globalización nos urge a convertirnos en buenos samaritanos, en ser compasivos con los sufrimientos de los cercanos y los lejanos. Parafraseando la pregunta y la conclusión de la parábola del Señor Jesús: “¿Quién fue prójimo del que cayó en la desgracia? El experto en la ley le dijo: El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: Vete y haz tú lo mismo” (cfr. Lc 10, 36-37).

Esta edición de Servicio ha querido reflexionar sobre este desafío, en el que la Iglesia en América Latina tiene mucho que aportar, y en el que los cristianos tenemos una palabra que decir. Seamos como Jesús, que pasó por la vida haciendo el bien.

Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar y Vicario General de Santiago
Secretario General de la CECH